Finalmente llegó el día. Pendencia, vestida con un hábito nuevo y con la cara recién lavada se despidió de las pinches y fue al recibidor de la Parroquia, en donde estaban el Sr. Cura Hidalgo y La Corregidora, ambos con cara de sueño y sintiendo la tremenda cruda resultante de una noche de “texas hold’em”. Pendencia se acercó y les dijo ‘para empezar hoy me cain remal… huelen pior que una pulquería, y luego pos ora… vamos dándole antes de que me arrepienta de andarle haciendo a la chinguetas’… El Sr. Cura puso cara de culpable y le dijo ‘Sor Pendencia… permítame acompañarla’… La Corregidora sólo le dijo ‘Sor Pendencia… recuerde el protocolo y por favor no madree gente… eso es muy importante’.
Salieron al patio grande y a Pendencia casi le da el jamacuco… nunca había visto nada igual… ahí estaba un carruaje negro y amarillo cerrado “Berliner Mail Coach” vis-a-vis, expresión francesa para decir “cara a cara” porque los pasajeros se sentaban unos frente a otros, situación que tenía sus desventajas si eran muy feos o tenían mal aliento. El carruaje estaba enganchado a un tiro de cuatro percherones blancos, osea que era un carruaje de 4 caballos de fuerza calzados con herraduras para piso mixto, con sistema de alimentación directa a paja y cebada y refrigeración por agua, realmente potente para aquellos años. Todo el conjuntito había sido traído desde Francia, -en donde este tipo de carruajes se usaban como transportes de correo- para el Obispo de Valladolid, y lo habían acondicionado en un taller que tenía la familia del Sr. Forrest Foose en una misión de las que fundara el equipo del Padre Kino en la Alta California 250 años antes... mucho tiempo después la misma familia y unos cuates trabajaron con el TLC (The Learning Channel) para hacer un programa de televisión que tenía como tema el de los coches “custom” llamado “Overhaulin’”, que dirigía el tataratataranieto de Forrest, Chip.
Tenía también todas las comodidades propias de la época… llantas de madera con aro de doble ancho y dibujo para suelo mojado, protecciones de corcho para evitar el exceso de polvo, ventanillas polarizadas, asientos rellenos de pluma y borra forrados en cuero Conolly cosido a mano, tableros de madera de cedro blanco libanés, alfombras traídas de Persia, guarda zapatos, perchero, florero –con dos girasoles enormes- servibar, cubiertería de plata, mantelería bordada con el escudo de la Arquidiócesis de Valladolid, cristalería de Murano, asiento doble para el cochero y el mozo con air-bag de tercera generación, espacio para carga en el techo y en la parte de atrás, frenos de palanca y zapata en las cuatro ruedas, suspensión por ballestas engrasadas, espejos para estacionamiento… vamos… que el aparato era una chulada. En ambas puertas podía verse el escudo de armas del Señor Obispo, y en la izquierda, cerca del picaporte, había una estampita del carnaval que decía “Un carnal fue a Veracruz y nomás me trajo esta pinche calcomanía”.
Se dice que para que el Sr. Obispo le prestara el carruaje, La Corregidora fue y lo amenazó con revelar a la prensa su afición por las litografías de mujeres en paños menores, pero otras versiones sostienen que el Sr. Obispo estaba bastante enterado del asunto de la conspiración y la apoyaba en más de una forma, aunque nunca pudo demostrarse nada -ni en un sentido ni en otro.
El mozo que se encargaba del servicio a la cabina -aún con el carruaje en movimiento- se acercó para tomar la maleta de Pendencia preguntando muy cortés ‘¿me permite Sor?’… ella no soltó la maleta, pero sí le dio al mozalbete un mazapán que hasta hizo eco en las paredes de la Parroquia ‘dejeai malcriado tentón… yo me llevo mis cosas’. El mozo no dijo nada, pero se fue mascullando quién sabe qué insultos -que no reproduzco aquí por ser seguramente de naturaleza misógina, prosaica y profana. Subió al pescante (así se llama el asiento del conductor), agarró un mosquete del calibre .30 que se llevaba por si acaso, y se quedó esperando la salida mientras se sobaba la cabeza.
Agamenón el cochero –conocedor de los arranques de la Sor- se quedó entonces parado en la puerta del carruaje esperando que Pendencia se subiera solita. Ella miró al Sr. Cura y a la Corregidora dedicándoles una mirada asesina, subió la maleta, y se sentó en el asiento de atrás. El cochero cerró la puerta, dio una vuelta alrededor del carruaje para asegurarse de que todo estaba cerrado, le dio una última revisada al tiro y subió al pescante. Se colocó bien el sombrero, se puso los guantes, se acomodó los goggles sobre los ojos, tomó las riendas y al grito de ‘¡ora, jijos de la legislación!’ sacudió las riendas y los cuatro corceles metieron primera, segunda, tercera…
Y luego, mientras observaban al carruaje avanzar, El Sr. Cura y La Corregidora vieron a Pendencia sacar la cabeza por la ventana para gritarle al cochero ‘¡ora jijo desobediente… o le baja de huevos al rompope o lo bajo a chingadazos del carruaje y manejo yo!... ¿qué no ve que me mareo?’…
Como al Sr. Virrey y a su corte se le cocían las habas porque Pendencia llegara a cocinar antes que inmediatamismo, se fueron entre nubes de polvo e hicieron un viaje que normalmente duraba tres días y medio en sólo dos –como decía Napoleón- “despacio que tengo prisa”. Se detuvieron sólo a las cosas realmente necesarias como resurtir el servibar, cambiar los caballos, rellenar el líquido de los limpiadores y cambiar la bacinica -porque en aquéllos entonces no había sistemas presurizados para eliminar la… bueno… cambiaron la bacinica y ya. También bajaron la velocidad un poco para que Pendencia pudiera insultar a un bestia que iba en un carromato y que les dio cerrón gachamente en la salida a Santiago de Querétaro. No podía pegarle, pero le aventó la copa de cristal en la que estaba bebiendo jugo de naranja que –según costumbre- le pegó al galán en la mera oreja y lo bañó de jugo.
Finalmente llegaron al Palacio Virreinal en la Ciudad Capital, que era por aquél entonces la Residencia del Virrey de la Nueva España, Su Eminencia el Sr. D. Francisco Javier de Lizana y Beaumont, que era español, clérigo, político y además arzobispo de la Ciudad, conocido entre los amigos por “Pacorro” y –entre los muy allegados- como “El Mataor de Teruel”, ciudad española donde había sido Obispo y en donde se había hecho famoso porque una tarde que se le pasaron los anises se había puesto a torear vaquillas usando la túnica púrpura que usan los Obispos en las ceremonias importantes.
El carruaje se detuvo frente a la puerta principal del Palacio (la que da a lo que hoy es la Plaza mayor o “El Zócalo”). Los soldados del piquete (osea, un grupo de soldados asignados a la guardia de la puerta), cruzaron albardas y se colocaron alrededor del carruaje. Un Teniente del ejército realista al mando preguntó ‘¿Quién vive?’ el cochero respondió ‘traemos desde Dolores y en urgente misión a la cocinera invitada del Virrey, así que por obra de Dios, dejadnos pasar ipsofacto, no sea que a Su Eminencia le den agruras de hambre’…
El Teniente, un Salamantino (así se le dice a los españoles oriundos de Salamanca) rubito y de complexión robusta que acababa de llegar de San Juan de Ulúa donde estaba destacado y no sabía del asunto, le dijo ‘¿ah sí?, pues como no me mostréis un salvoconducto firmado y lacrado por Su Eminencia, os mando recluir en las mazmorras y además mando que os azoten 50 veces’… el cochero ya un poco harto de viaje y de polvo (y de Pendencia) le dijo ‘con todo respeto, mi Teniente, iros al carajo’ … señalando hacia adentro del carruaje continuó ‘os aconsejo que no incurráis en el enojo de “Su Eminencia” impidiéndonos el paso, ya que en verdad os digo que nos esperan hace días y ella viene a cumplir una importante encomienda gastronómica por órdenes del mismísimo Virrey’.
El Teniente –pobre inocente- le contestó ‘¡pardiez!... siendo tal la importancia de vuestra embajada os dejaré pasar, joer, pero como sabéis las bombas y el terrorismo han aumentado con lo que tendréis que dejarme inspeccionar vuestro carruaje… y ver a la cocinera’… las risas del piquete se dejaron oír, y en eso se abrió la puerta del carruaje y salió Pendencia pegándole de gritos al cochero… ‘¿qué carajo pasa que no entramos?... no tenemos todo el día para perderlo hablando con soldados que me cain pero si muy remal’… el Teniente le dijo ‘esperad, hermana, que primero queremos revisar el carruaje y –más risitas del piquete - a su acompañante la cocinera, que deberá “pasar inspección” junto con el resto de vosotros’…
Fúrica, Pendencia dio un paso al frente... el cochero cerró los ojos para no ver, pero contó después que escuchó a Pendencia decirle ‘mire su mercé… la cocinera soy yo y usté me va a dejar entrar porque estoy cansada, me duele la cabeza y para acabarla de jorobar tengo que ir al baño’… se escuchó un ruido como si azotaran un pedazo grande de aguayón de res en el piso, y lo siguiente que vio el cochero fue el casco del teniente rodando por el suelo, mientras el teniente mismo azotaba como regla después de recibir un “uppercut” a la mandíbula… Pendencia miró a los demás soldados preguntando ‘¿ya podemos pasar?’… y como ninguno dijo ‘esta boca es mía’, miró al cochero y le dijo ‘ora Agamenón, pásele padentro’… el cochero metió primera y entró al estacionamiento del palacio Virreinal.
Luego de bajar del carruaje –y de ir al baño, situación que a la pobre ya le estaba comprimiendo el alma y la vejiga- Pendencia fue conducida a la presencia del Virrey. ‘Bienvenida sea, Sor Pendencia… sepa que os agradezco enormemente que hayáis aceptado nuestra invitación a venir y regalarnos con algunos de los platos más selectos de su recetario’… Pendencia pensaba ‘¿porqué este hijo de la mala vida insiste en que le regale cosas’?, pero controlándose para no decir una idiotez –tal como le había dicho La Corregidora que hiciera- contó hasta 10 y contestó muy propia ‘en contrario, os agradezco la invitación Su Eminencia, y os comunico los Saludos del Sr. Cura Hidalgo y del Sr. Obispo de Valladolid, que os tienen el gran estima’. Mientras decía todo el choro, pensaba “sí como no… gran estima mis trenzas… si supieras que te dicen ‘el pinche gordo’ y que hacen competencias a ver quién te imita mejor…”..
‘Gracias hermana… ahora, si no disponéis distinto, pediré al servicio que os acompañe a vuestros aposentos a fin de que podáis descansar y arreglar vuestros enseres y menesteres, ya que mañana quisiera que se pusiera Vd. la del Puebla y nos cocinara algo al mediodía… pensé en un ambigú de protocolo al que asistirá lo más floreado de nuestra corte, Vd. comprende’… Pendencia estuvo a punto de decirle lo de la hermana de Alfredo Palacios, pero como no entendió lo de “ambigú” más bien se concentró en contenerse y sólo contesto ‘está bien Su Eminencia… mañana le tendré listo el ambigú ese sin falta’…
Pendencia estaba para tomar su maleta cuando se apersonó salido de quién sabe dónde un paje convenientemente vestido que casi se la arrebató de la mano… ‘permitidme que os ayude, hermana… seguro venís cansada del viaje, así que seguidme’… conteniendo las ganas de tronarle un soplamocos, Pendencia iba pensando ‘sí chucha… “seguidme, seguidme”… este chapeadito segurito sí es el hermano de Alfredo Palacios… ahora sí me están acabando de caer todavía muy más muy remal con todo este asunto del procotolo… del procoloto… prloco… de esa madre…’
Antes de salir de la cámara de audiencias escuchó al Virrey decirle a sus espaldas en un tono extraño ‘una cosa más, hermana… entiendo que tuvisteis algún desaguisado con la milicia de la puerta… ¿es eso cierto?... ella se detuvo, lo miró con “calma” y le dijo ‘no Su Eminencia… nada de “desaguidencias”… nada más tuvimos un ligero desacuerdo por nimiedades, pero ya sabéis lo que se dice, que “hablando se entiende la gente”… nada serio, os lo prometo…’ se dio la vuelta y empezó a caminar pensando “ándale ca’n… ora resulta que este es más chismoso de lo que yo pensaba… ándate por las ramas Pendencia, o te chingan… ora sí ya de veras me cain mucho muy remal…”.
Al salir de la cámara de audiencias siguiendo al paje, Pendencia echó un ojo alrededor y se maravilló de la magnificenia del palacio. Tocó el hombro del paje y le preguntó ‘oiga su mercé… ¿podemos ver la cocina?’… ‘sí’ contestó él ‘pero primero déjeme que la instale en su recámara... Pendencia –que no acababa de llegar y ya empezaba a hartarse de tanta elegancia y “ambiente fashion”- lo agarró de una oreja y se la torció diciendo ‘usté a mí no me instala nada… dije que quiero ver la cocina y voy a ver la cocina, y puedo ir a verla con su oreja en la mano o con todo usté pegado a su oreja, así que dígame cómo le hacemos’… ‘no, pues por eso decía yo que vamos a la cocina…’ contestó el paje, siempre diligente.
Llegados a la puerta de la cocina el Paje se detuvo y le dijo ‘espere un poco… y suélteme porque el protocolo dice que la anuncie’… ‘el chingado procoloto… protoloco… esa madre’ pensó Pendencia… A falta de bastón de anuncios, el paje dio dos zapatazos en el piso de baldosas, se aclaró la garganta y una vez que todo el personal estaba en silencio y mirando dijo:
‘¡Ah de la cocina!... abrid cancha a La Hermana Sor Pendencia De La Concepción Rico Ruiz, Mayora de la Cocina de La Parroquia de Dolores y Jefa de Cocina Invitada de Honor de Su ilustre Eminencia el Sr. D. Francisco Javier de Lizana y Beaumont, español, clérigo, político y además arzobispo de la Ciudad, conocido entre los amigos por “Pacorro” y –entre los muy allegados- como “El Mataor de Teruel”’… al terminar no entendió porqué el personal lo miraba así, y menos entendió la risa medio disimulada de Pendencia, aunque después de unos segundos entendió que su trabajo podría terminar pronto después de semejante presentación.
El personal de la cocina corrió a formarse en perfecta fila alineada por la derecha… alguien les había contado que al Teniente le habían puesto en su madre de un “uper”… y también les habían contado que había sido una monja que venía a la cocina…
Entrar a la cocina del Palacio fue traumático… la mesas sucias, los cuchillos y palas arrumbados en una tinaja para lavar, costales de maíz y arroz y garbanzos abiertos y desparramados en el piso, platos con comida en las tarjas, tinajas de aceite destapadas llenándose de polvo, especieros todos desordenados, mugre en las parrillas y en las planchas, cochambre en los estufones, la placa vitrocerámica salpicada de salsas, las campanas extractoras llenas de mengambrea…
El paje continuó con el protocolo… ‘sabed que en calidad de Invitada de Honor y por órdenes de Su Eminencia, la Hermana aquí presente tiene autoridad absoluta sobre la cocina, su operación y su logística a partir de hoy y hasta su partida, con lo que sus decisiones y requerimientos son inapelables e incuestionables… en pocas palabras –y cito a Su Eminencia- si la Sor dice rana, vosotros saltáis, y si dice que os chinguéis, pues os chingáis’.
Las primeras palabras de Pendencia fueron: ‘buenas las tengan… a ver… apreciban sus mercedes… a mí me cae muy, muy remal la gente marrana que tiene las cocinas llenas de mengambrea, y a la gente que me cae remal normalmente le pego tres chingadazos nomás de entrada… el protoloco… el prologoto… esa madre dice que la violencia física no es correcta, pero eso a mí me importa menos que el resultado de la última expedición a Egipto, así que “vámosnos” organizando…’
‘Voy a ir a mi recámara a dejar mis cosas, y si pa cuando regrese no los veo limpiando voy a tener que empezar a repartir mamporros… y al que se ponga bruto lo baño de aceite caliente, así que ya saben a lo que se “esponen”… “póngansen” a darle antes de que me vea obligada a ejercer el uso de la fuerza…’ miró al paje y le dijo ‘ora su mercé, que tengo que regresar a “vereficar” lo que están haciendo esta bola de hijos de su Máscara del Santo, a ver si pa mañana esto está en condiciones…’
Teniendo en cuenta los antecedentes, el personal empezó a limpiar como si más que de una cocina, se tratara de desinfectar un quirófano…
CONTINUARÁ
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